Este es una clásico de nuestros tiempos. Estás en Internet, de pronto lo ves en la ventana del chat y te animas a tipear un saludito cordial como un “Hey, ¿cómo andas?" A mí me ha pasado quedarme como una tarada esperando que aparezca el popular “el hijo de p que no me quiere hablar está escribiendo un mensaje”, pero no. No aparece. Haces un segundo avergonzado intento: “¿estás?”. Pueden pasar dos cosas, o que esperes por siempre o que de pronto aparezca: “el hijo de p que no me quiere hablar aparece como No conectado”. He de reconocer que yo también he hecho desapariciones on line (que bueno es ponerse en los zapatos del otro, ¿no?, yo calzo 8). Desde el día que nos conocimos, mi persistente compañero de aquel buen día en Amigolandia, trató de comunicarse conmigo a través del chat durante meses y no tuve la amabilidad de contestarle un solo mensaje. Sí, fui una malcriada, pero no me gustaba. Así que lo dejaba tintineando, mandándome zumbidos inútiles, hablando sólo, yo estaba en otra y no quería nada con él. Se siente horrible del otro lado del espejo, cuando tú eres el interesado. Ante estos casos, recomiendo bloquear y borrar.
Ayudar en forma anónima nos quita la posibilidad de dar otro regalo: nuestra presencia. Cuando una persona está enferma o tiene una carencia, no solo podemos ayudarla con algo material (por ejemplo, dinero), sino también con nuestra presencia. La calidez de un abrazo, una sonrisa cariñosa o una mirada comprensiva pueden ser un auténtico bálsamo cuando hay dolor o necesidad. Nuestra persona, en sí misma, puede ser un valioso regalo para otro ser humano. Rebeldita
Comentarios
Publicar un comentario