Las relaciones entre olvido y perdón son sensibles y complejas. ¿Es el mismo el perdón que se pide y el que se da? ¿Es justo que quien ha sido ofendido, lastimado o humillado no vea reparado su dolor y que quien ofendió, humilló o lastimó no cumpla con esa reparación? ¿Es siempre posible reparar? Hay heridas de tal profundidad que el dañado sólo puede perdonar si logra convencerse de que no existieron. Es decir, si consigue negar parte de su propia historia y condición. El simple hecho de pedir perdón no es suficiente si no hay acciones reparadoras. Pero un acto no es reparador según el juicio del ofensor, sino según el sentimiento del ofendido. Por otra parte, olvido y perdón no son sinónimos. Y si se confunde olvido con pérdida de la memoria no habrá reparación. Como suele repetir la psicoterapeuta y escritora Elisabeth Lukas , quien perdona y olvida, olvida lo que perdona. En este caso, no hay procesos de transformación ni aprendizajes.
Ayudar en forma anónima nos quita la posibilidad de dar otro regalo: nuestra presencia. Cuando una persona está enferma o tiene una carencia, no solo podemos ayudarla con algo material (por ejemplo, dinero), sino también con nuestra presencia. La calidez de un abrazo, una sonrisa cariñosa o una mirada comprensiva pueden ser un auténtico bálsamo cuando hay dolor o necesidad. Nuestra persona, en sí misma, puede ser un valioso regalo para otro ser humano. Rebeldita
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